FLORIDA
Por En USA news
Bello Crocker
Mi hermoso bebé, Bello. Hace dieciséis años llegaste a mi vida durante mi primer viaje a Colombia — y fuiste tú quien nos escogió. Además de visitar la tierra natal de mi esposo con él y unos amigos, yo también esperaba encontrar un compañero para mi primer perrito, Puchi, del mismo criador de donde él venía, en un pueblo llamado Bello, en Medellín. Cuando llamé, me dijeron que tenían tres Shih Tzus disponibles, pero solo uno tenía todas sus vacunas al día y estaba listo para viajar. Sin verte siquiera, dije: “Tráeme ese.”
Todavía recuerdo la noche en que llegaste. Un mensajero subió la colina en moto hasta la finca de mi amiga. Cuando pregunté por ti, metió la mano en su morral y te sacó con una sola mano. Eras tan pequeñito, tan hermoso. Te puse “Bello”, no solo por el lugar de donde venías, sino porque realmente eras bello. Esa noche, sin otra cosa para darte, te alimentamos con perros calientes, y los devoraste. Ese mismo amor alegre por la comida humana te acompañó toda tu vida.
Cuando te traje a casa, a Florida, tu hermano mayor Puchi estaba feliz. Te trató como a su propio hijo, nos despertaba si llorabas, siempre cuidándote. Ustedes dos eran inseparables — jugando, acurrucándose y queriéndose cada día. Los dos vivieron una vida hermosa con nosotros.
Cuando Puchi partió, quedaste solo con nosotros, y te convertiste en nuestro bebé. Te llevaba a todas partes — a restaurantes, paseos en carro, largas caminatas, a la playa. Esos últimos seis años contigo estuvieron llenos de diversión, aventuras y amor.
Hace un año y medio, cuando perdiste el movimiento de tus patas traseras, me mostraste lo que significan la verdadera fuerza y valentía. Nunca olvidaré la alegría que sentí ese día de diciembre cuando conseguí unas rueditas para ti. En vez de arrastrar tus patas, volviste a caminar, lleno de vida. Algunas personas me dijeron que te pusiera a dormir, pero yo sabía, al mirarte a los ojos, que aún querías vivir. Esas ruedas te dieron una segunda oportunidad, y yo estaba decidida a darte la mejor vida posible, a pesar de tu discapacidad.
Hubo momentos en que me preguntaba si estaba siendo egoísta al mantenerte conmigo, pero Dios me dio la fuerza y las respuestas. Encontré maneras de cuidarte, de mantenerte feliz y cómodo hasta el final. En muchos sentidos me preparaste para la maternidad — alimentarte, cambiarte el pañal, bañarte, despertarme en la noche para ayudarte. Me enseñaste paciencia, resiliencia y la voluntad de nunca rendirme.
Te amaré por siempre, mi Bellito. Fuiste mi alegría, mi maestro, mi pequeño compañero del alma. Gracias por elegirme, por amarme incondicionalmente y por regalarme dieciséis años de pura devoción.