DESDE MI VENTANA
Por Mercedes Moresco
Una gran fiesta
El viernes 25 de octubre realicé un brindis para celebrar los veinte años de Educando a América, la escuela de español que dirijo desde 2004. Invité a todas las personas que en estos años colaboraron para que la escuela fuera lo que hoy es. Desde los chicos, ex-alumnos que ya son adultos graduados, hasta quienes, como Judith Crocker, me brindaron un espacio como el de EnUSA para escribir sobre la educación bilingüe y las actividades de la escuela.
Antes de decidirme a festejar, había tenido mis dudas. Pero mi hija Luz, la más chica de los cuatro, me convenció. “-Cómo no vas a festejar los veinte años, mamá. Vos hiciste algo muy importante y tenés que celebrarlo. Yo estoy muy agradecida con vos y con la escuela. Si no fuera por eso, no habría podido comunicarme con tantos amigos que hablan español.”
Y la verdad es que la energía de esta chiquita de dieciocho años me dio el impulso que necesitaba para organizar el festejo. Envié la invitación a mucha gente, y la respuesta fue rápida y espontánea, llena de alegría y amor por la escuela.
Para preparar el evento, más que ocuparme en decoraciones o en el menú, me dediqué a crear un video que contara en una línea de tiempo, todo lo que habíamos hecho en estos años. Junté tantas fotos y videos, tantas actividades que había olvidado que aun no sé cómo hice para resumirlos en breves siete minutos. Ese recorrido por el pasado me emocionó. Es que uno siempre vive y sigue viviendo, pero a veces parar un poco y mirar hacia atrás viene bien. Y no lo digo solo por mí. Porque la escuela de español no fue algo que hice sola sino más bien con toda una comunidad. Porque la escuela nació de una necesidad de esa comunidad y creció y se mantuvo gracias a que aun sigue haciendo falta.
La prueba está en la asistencia espontánea y cálida de todas las personas que se acercaron al brindis. Para saludarse, reencontrarse y rememorar juntos este camino recorrido. Hubo risas y algunas lágrimas de emoción. Hubo fotos y más videos. Música. Además claro, de empanadas y vino. Pero más que nada, hubo amor. Y eso es lo que agradezco desde el fondo de mí, recibir todos ese cariño de la gente por algo que hicimos juntos y que hoy vemos en nuestros hijos, ya crecidos, cuando los oímos hablando en español.
Cuando, hace veintitrés años, llegué a vivir a Estados Unidos, además de la nostalgia por la familia y amigos, yo tenía un gran miedo: que mis hijos perdieran el español. Hoy ya no lo tengo. Y eso es algo que me alivia y reconforta. Que me da la sensación de “misión cumplida”. De tiempo de cosecha. Y me hace feliz.