DESDE MI VENTANA
Por Mercedes Moresco
El Samarkanda
De chica soñaba con navegar. No porque fuéramos familia de navegantes ni porque mi bisabuelo hubiera venido de Génova como polizonte en una barco de carga. No. La culpa de mi pasión por los barcos y el mar la tuvo Sandokan, el personaje creado por el italiano Emilio Salgari y cuyas aventuras yo, de niña, leía con pasión.
Pero fue justo en esa época que mi padre compró su primera lancha. Era un viejo lanchón que recibió como parte de pago de otro negocio y al que él rebautizó Rebelde Soledad. El hecho de que él le hubiera puesto mi segundo nombre al barco me entusiasmó tanto que para mí fue el inicio de una pasión que aun hoy me fascina y que comparto con mi padre. Después de esta vinieron otras lanchas o veleros y al fin llegó, El Velero. El Samarkanda. Un Frers de 44 pies y cubierta de madera en el que yo me sentía, ahora sí, la Capitana del Yucatán, la Corsaria de los mares en busca de aventuras y peligros.
A mi padre, por su parte, le encantaba que lo acompañara al río, y se ocupaba en enseñarme las maniobras básicas. Así, aprendí a cazar las velas, a filarlas cuando el viento arreciaba, a orzar o derivar según el rumbo que lleváramos. Más de una vez nos corrió el Pampero, un viento que se aparece de golpe y sin avisar, con nubes negras de tormenta que amenazan naufragios. Todavía puedo ver hoy a papá como en esa época, sentado al timón del Samarkanda, el brazo extendido y firme, la sonrisa abierta, los rulos despeinados al viento, y el agua marrón del Río de la Plata.
Ese barco fue para papá como un hijo, y para mí como un hermano. Cuando lo vendió lo sufrimos todos, y aun hoy, cuando de casualidad lo encontramos por el río, al mando de otro capitán, resistimos la tentación de correr al abordaje y reclamar lo que fue nuestro, como en las mejores novelas de Salgari. Pero no lo hacemos, claro. La mente entra en razón y recordamos que nadie nos arrebató ese barco, que lo vendimos y a buen precio, y que esas personas que lo están disfrutando no entenderían semejante atraco. Así que lo vemos pasar, irse de nosotros dejando una estela de espuma café con leche que desaparece tan rápido como nuestra ilusión de volver a ser dueños y señores de los mares a bordo del majestuoso Samarkanda.
En este mes de junio y en cualquier otro mes del año, quiero celebrar a mi padre y a todos los padres que supieron inculcar pasiones en sus hijos, porque son éstas también excelentes maneras de enseñar a vivir.