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ENTRE COMILLAS

Por Ernesto Morales Alpizar

LA DECADENCIA

No es desidia ni desaliento, se trata de matices de la decadencia que están contaminando la civilización actual. La mayoría de nuestros contemporáneos, sin importar a qué generación pertenezcan, están siendo atacados subrepticiamente por dichas sutilezas filosóficas, capaces de sedimentarse en el teatro de sus neuronas y apoderarse de ellas. Esto conlleva el consiguiente perjuicio de encaminar su conducta y definir su personalidad, por tanto, si usted se siente abrumado de alguna manera por atisbos de decadencia en cualquier campo... ¡tenga cuidado!

  La decadencia actual ataca tanto a la música como a la moda, tanto a los modales como a sus proyecciones. Los ejemplos sobran: basta con encender la televisión o escuchar la radio para ver como hay aficionados al canto que desafinan sus entonaciones, maltratan las letras de las canciones y poseen una dicción de bebés de pocos meses de nacidos. A tal punto que, si Beethoven, Mozart, Bach o Chopin resucitaran, pedirían la eutanasia con urgencia. En realidad, no es culpa de estos advenedizos. La culpa es de los que, a sabiendas de su falta de calidad, estilo y proyección, los alientan como a genios mediante una publicidad absurda.

Los ejemplos anteriores pululan en ambos sexos y no quiera usted escucharlos contestar preguntas en una entrevista improvisada que algún periodista despistado quisiera hacerles. Por si fuera poco, algunos visten como payasos desempleados y gesticulan y actúan como si el mundo les debiera pleitesía. 

Pero los ejemplos pueden producirse en otras disciplinas, como la política, la religión, las redes sociales, la aristocracia. la burguesía, los negociantes y los faranduleros de diversos tipos, entre otros. En cualquiera de los casos, hago una salvedad -por supuesto-, y resalto la presencia de verdaderos cantantes y artistas que dignifican su profesión y neutralizan en lo posible la falta de buen juicio por parte de los decadentes. 

En esta línea también resalto la presencia de ciertos funcionarios públicos y algún que otro religioso que enaltecen su quehacer diario y participan en campañas transparentes con la mejor intención, como paradigmas de lo que se debe ventilar en ese crudo y difícil escenario que es el arte de la política y la religión.  

Por la línea desviada -casi siempre prisionera de las circunstancias-, quizás no nos extrañe ver a políticos alardeando y especulando sobre temas que desconocen, articulando frases altisonantes para impresionar a sus fanáticos; o a líderes de entidades religiosas de diferentes credos pontificando ante una masa de seguidores, a sabiendas de que en múltiples ocasiones les hablan a personas poco ilustradas, haciendo válida la frase de Arthur Schopenhauer, cuando en el siglo XVIII dijo: “Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar". Yo añadiría también la política.

Y es que aquéllos que viven inmersos en lugares donde reina la desinformación, desconocen -para bien o para mal- las verdades que se ocultan en determinadas circunstancias, nebulosas y cotidianas. Así, nos encontramos con personas humildes incapaces de procesar con precisión de juicio la realidad que les rodea. Y es entonces que los aprovechados de los contextos éticos les venden o regalan ideas y filosofías contaminadas para manipular sus opiniones. Una astuta estrategia tóxica que esgrimen sin un átomo de conciencia pública, con tal de ganarlos para su facción. Es triste, pero sucede a diario en una multitud de disciplinas. 

Por ejemplo, ¿tiene usted alguna idea de la cantidad de conflictos que se están produciendo en el planeta en estos mismos momentos en que está leyendo este artículo? Conflictos de los que no contamos con la más mínima información porque la mayoría de ellos de produce en puntos recónditos del globo y los medios no los registran y, por tanto, no les otorgan la publicidad que debieran. 

Mientras tanto, los cabecillas desinformados o malintencionados de una plétora de regiones y países hablan de paz como si estuvieran brindando el estado del tiempo a una audiencia ávida. ¿Será acaso para enmascarar sus verdaderos propósitos? Porque la realidad es que, solo conociendo la verdad, sin tapujos y en profundidad, el común denominador de los ciudadanos podría adquirir un tanto de conciencia y hacer algo, por pequeño que fuera, para subsanarlos. 

Para infortunio nuestro, los medios sólo promocionan los asuntos que consideran de máxima envergadura y de donde pueden sacar alguna tajada, y ahí tenemos que, según informes y estadísticas relativos a conflictos aparecidos en diversas aplicaciones de Internet, se muestran cifras espeluznantes, las más altas desde la Segunda Guerra Mundial. Aparte de que en el momento en que escribo estas notas, hay 92 países involucrados en episodios fuera de sus fronteras. 

Existe una gran variedad de guerras civiles como en Sudán, internacionales como entre Rusia y Ucrania, así como enfrentamientos en otras regiones con un saldo de muertes inaudito, como nunca habían recogido las estadísticas. Un ejemplo puede ser la que se libra entre Israel y Palestina, además de una etcétera que da para alterar el ritmo de vida del más inescrupuloso. Por esta línea podemos nombrar algunas regiones y países con serios problemas en la lucha por el poder, batallas que denigran el entorno, luchas intestinas, y golpes de estado: Birmania, Etiopía, Armenia-Azerbaiyán, Congo, Siria, Yemen… y una interminable lista que haría demasiado extenso este artículo. 

El síndrome de la guerra le está pasando la cuenta a todas aquellas zonas del planeta donde la educación, la pobreza -instaurada por la corrupción-, el hambre generalizado, los desmanes gubernamentales y una desastrosa administración de los recursos por parte de las corporaciones oficiales y no tan oficiales, conducen a las estructuras de una multitud de países a una debacle institucional.

En tales situaciones, el común denominador de las personas de poca instrucción, incultas o desinformadas, no tiene la menor idea de cómo salir del hoyo en el que han sido enterradas, atadas de pies y manos, y amordazadas por libertinos e inmorales que les mienten cínicamente. Esta pobre gente carece de información elemental, ya que la facción en el poder del lugar donde residen las redime a cero como seres humanos y sus esperanzas de mejorar son nulas. 

Entonces, ¿acaso la decadencia ha llegado al entorno en que viven estos habitantes “promedio” para quedarse “por los siglos de los siglos”, como reza un aforismo religioso harto conocido y en exceso llevado y traído? 

Los menesterosos y los desclasados, los humildes de regiones lejanas, y todos aquellos que no cuentan con organizaciones legítimas y bien intencionadas que defiendan sus estándares de vida, son -y serán siempre- las víctimas inocentes de cuanto régimen les dé la espalda a los movimientos democráticos honestos, de cuantos gobernantes lucren con sus futuros. Ellos constituyen el espectro de la decadencia, de la desigualdad, de las tiranías y dictaduras de pacotilla en rincones del mundo poco frecuentados por turistas, personalidades y personajes de gobiernos vecinos y del resto del globo. ¡¿Hasta cuándo?! 

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Ernesto Morales

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