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ENTRE COMILLAS

Por Ernesto Morales Alpizar

LA CLEPTOCRACIA

“Clepto” es un prefijo antiguo derivado del griego y significa “robo, hurto”. Lo mismo sucede con el sufijo “cracia”, de igual procedencia y que quiere decir “poder, gobierno, dominio”. De manera que al formar la palabra “cleptocracia” debemos inferir que se trata del “robo del gobierno”. Como la lógica indica, tratándose de sustantivos, es aceptable considerar que, siendo conceptos impopulares, su uso quizás se remonta a los inicios del idioma español. De igual manera sucedió con la presencia de la especie humana en el planeta. 

Desde los albores de la humanidad los hombres prehistóricos sufrían glaciaciones constantes y tuvieron que adaptarse en cierta medida al avance y retroceso de los hielos. Era una lucha tenaz e individual contra la naturaleza, de la que irónicamente se servían: comían lo que su instinto les dictaba entre lo que hallaban a su paso y dormían cuando podían en cuevas y remansos bajo rocas y árboles. 

Tuvieron que transcurrir los primeros siete millones de años -cifra citada en las conclusiones de ciertos paleontólogos- para que los homínidos se congregaran en diversos grupos tras un cabecilla o líder, el cual, en sintonía con los historiadores más dedicados, se habría impuesto quizás por su fortaleza física y su destreza matando animales para su sustento y el de su prole, que ya comenzaba a aflorar después de aparearse con una pareja afín mientras transitaba por la vida. 

La observación hizo que explorara la siembra y cosecha de alimentos, tales como legumbres, verduras, plantas, frutas y otros artículos que la trayectoria de su paso por la naturaleza les había mostrado. Estos dones fueron capaces de lograr que los miembros de su entorno le siguieran. Más tarde, los grupos crecieron y surgieron las divisiones propias de las diferencias de criterios generacionales, en consonancia con la opinión de cada cual respecto a la dirección que debían tomar en el futuro. Así surgió la política.

Entonces decidieron aventurarse en otros lugares para ubicar sus respectivos asentamientos y, mientras algunos emigraron a otras tierras, otros se dedicaron a “colonizar” diversas regiones, incluso allende el mar. De esta estrategia surgió “la esclavitud” de los menos favorecidos, que encontraron allí adonde llegaban, los cuales fueron llevados, traídos y explotados sin compasión por siglos. Dicha práctica secular provocó que los líderes se autoproclamaran reyes -y reinas sus parejas-, creando lo que los libros de historia recogen como “monarquías”. 

Tales personajes detentaban el poder gracias a la fusta y la espada de sus más fieles seguidores, devenidos en guardias de seguridad y soldados, que, ya por simpatía o por miedo, cumplían a cabalidad las órdenes de sus majestades. Los súbditos que no se sometieran o no inclinaran su cerviz al paso de sus altezas eran castigados con saña. No existía el menor de los escrúpulos al disciplinarlos. Después de todo se trataba de esclavos y plebeyos, de acuerdo con su procedencia, color de piel y otros factores aparejados a la frágil supervivencia. 

Como es natural, no en todas las regiones funcionaban los niveles de mando del mismo modo, de manera que cuando el poder político era detentado por un grupo minoritario, la monarquía se convertía en lo que se ha dado en llamar “oligarquía”, que no es otra cosa que una forma de gobierno en la cual el verdadero poder es ejercido por aquellos de la camarilla con vastas influencias en determinados sectores sociales, económicos y por supuesto, políticos.

La dinámica de las civilizaciones y su dispersión por el planeta permitió que algunos grupos instituyeran lo que hoy se conoce como “república”, una organización estatal, cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o el Parlamento para un lapso predeterminado. Sin embargo, el ejercicio del poder por los elegidos dio al traste con el concepto democrático y pronto las “repúblicas” dieron paso a lo que los eruditos bautizaron como “revolución”, a manos de enfervorizados fanáticos que tomaron por asalto las riendas del endeble poder. Los ejemplos sobran.

No transcurrió mucho tiempo sin que todos se dieran cuenta de que los conceptos revolucionarios fácilmente se convertían en “dictaduras”, que no son otra cosa que regímenes políticos que, mediante la violencia, centralizan el poder en la órbita de una sola persona o grupo, el cual no tarda en reprimir los derechos humanos y sus libertades individuales, llegando después a metamorfosearse en “tiranías”, con el poder total en las manos de unos pocos, que abusan de él sin un ápice de clemencia.

Como la lógica parece señalar, el mencionado sistema no puede sostenerse por sí solo demasiado tiempo y surge entonces en la mente de los más alumbrados, la posibilidad de restaurar el orden mediante un sistema político que resida en la voluntad popular, la cual podría ejercerse a través de representantes. Y es entonces que llega a los pueblos la “democracia”. 

Este sistema de gobierno es muy endeble y en sus entrañas le brotan en ocasiones organizaciones sociales y económicas como el “socialismo”, el “nacionalsocialismo” y el “fascismo”, basadas en la propiedad y gerencia colectiva o estatal de los medios de producción, con un líder -a veces único, léase Adolfo Hitler- y la distribución de los bienes que producen. Y así, del mismo modo, se gesta en su interior, como parásito del procedimiento, la institucionalidad de la lucha de clases y la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, en una palabra, abre vía al “comunismo”, que no es otra cosa que un concepto demagógico que sólo consigue que unos cuantos se agrupen y vivan a costa de la mayoría. 

Para más inri, en el contexto democrático se abren ciertos resquicios que deambulan arbitrariamente en diversas direcciones y es entonces cuando surge lo que las civilizaciones contemporáneas han bautizado como “cleptocracia”. Este concepto no es otra cosa que un sistema gubernamental en el que domina el afán de enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos, algo así como un hurto a cajas destempladas de las bridas del poder.

Los modelos que rigen esta teoría apuntan a diversos países actuales en múltiples zonas del planeta; sólo tiene que sintonizar la radio o TV, leer una publicación periódica o navegar por la Internet para darse cuenta de que estamos en presencia de paradigmas muy similares a los descritos y, para infortunio nuestro, pululan en todas partes. Estoy seguro de que usted conoce alguno.

¡Es realmente triste tener que reconocer que los poderes políticos de algunos lugares se han convertido en un nuevo tipo de “pandemia” llamada: “cleptocracia”, para la que quizá aún no ha llegado una vacuna efectiva!

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Ernesto Morales

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