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Mujer Nueva

Por Noris Capin

Muéstranos 
el camino 
de la felicidad

Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia; hay dicha eterna junto a ti.

Salmo 16:11

Hoy quiero compartir mis pensamientos acerca de la felicidad del hombre, quiero decir, del ser humano. Es un tema muy complicado de entender, tan complejo, que ni los grandes pedagogos, artistas y filósofos, preocupados en la materia de la felicidad, han podido canalizar, exactamente, que es la felicidad y en qué consiste su inestabilidad y frágil solidez. Yo tampoco lo sé.
Yo tampoco lo sé, pero me esfuerzo en aprender, y quiero plantear que sí existe la felicidad interna del ser. Confieso que la dicha del hombre la diseñó Dios para que toda persona viva en afianzamiento con su propia virtud de ser feliz y con su espíritu. Sabemos que Dios dispone todas las cosas de la vida del hombre para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con Su Santo propósito.
Para entender lo básico de la felicidad, podemos meditar que la felicidad es aquello que es capaz de perfeccionar nuestra vida, algo que pueda contribuir a hacernos mejores seres humanos, de manera que el desear que la felicidad te la puede proporcionar otro ser humano, es incierto. Ningún ser humano hace feliz completamente a nadie. Sólo Dios.
Estamos en este mundo para sentir amor, para abrazarlo en todas sus manifestaciones, para vivir y compartir nuestra vida con otras personas: padres, esposos, hijos y nietos. Eso, de alguna manera, genera cierta satisfacción al corazón ya que es el propósito de Dios es concebir amor para todo ser viviente. 
La dicha, que suele ir de la mano con nosotras mismas, es una condición interna o subjetiva de bienestar y contento, que suele ser considerada como un flechazo, un relámpago, o un instante. La dicha es un sentimiento que sale de lo profundo del ser, desde adentro y que no se aparta de la persona porque vive en ella. Y a pesar de toda la excelencia que podamos tener en cuestiones afectivas, si no hay una sincronización interna de sentimiento y afinidad propia, la felicidad personal puede ser insegura e inconstante.
Para ser felices, no debemos tener dinero, ya que poseemos la abundancia del ser, que es pertenecernos a nosotras mismas en espíritu y verdad. Para ser felices, no hemos de disfrutar de las cosas del mundo, sino más bien aceptar lo que el mundo nos ofrece: una estabilidad económica, la compra de una casa, viajar...pero eso, en cierta forma, no trae la felicidad intrínseca del ser, del "yo" personal ya que es un gozo efímero o transitorio.
Para ser felices no podemos depender de la felicidad de otros, sino más bien alegrarnos de la dicha que otras personas poseen sin envidias ni dilemas. Para ser felices, tenemos que aceptarnos de la forma que somos —sin reservas que cubran la verdadera identidad del ser— en armonía, en paz, respetando lo que una dice y hace para que la felicidad íntima descanse placenteramente dentro del alma.
Para ser felices, necesitamos tener un corazón contrito y humillado, fiel a los designios de Dios, devotas a vivir en plena humanidad, llena de bondad y bien por sobre todas las cosas. 
Dice la Palabra de Dios en Juan 13, 17 lo siguiente: "Si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos." Es por eso que hay que conseguir y alcanzar la divinidad de Dios por medio de Su Santa voluntad, de acuerdo al plan de Él para nosotras. 
Es muy difícil señalar cuales son los caminos que debemos tomar hacia una completa dicha; yo pienso que depende de nosotras mismas el poder alcanzar la perfección de nuestro propio ser, a través de Dios solamente, ya que eso lo hace perfecto en su exacta hermosura, de posible alcance espiritual conforme a Su Palabra.
Todas queremos ser felices, todas deseamos tener la plenitud de la vida, pero tenemos una mentalidad que nos hace ser infelices, negadas a todo cambio, entorpecidas por las ideas falsas de la felicidad que nos alejan de la verdadera dicha de vivir con dignidad. Si pudiéramos darnos el tiempo de Dios a nuestra fragilidad humana, nos daríamos cuenta de lo fácil que sería entender que el júbilo íntimo lo llevamos dentro de nuestra alma con tan solo abrazarla en medio de la ignorancia.
El Señor dice: "Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir." Salmo 32:8. Amén, Amén.

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